“Estos son las señales que acompañaran a los que crean: en mi nombre expulsaran demonios, hablaran en lenguas nuevas, agarraran serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.” (Mc 16, 17-18)
“Carisma” es una palabra que proviene del griego “járis”( cavri") y significa gracia, regalo, don, cualidad, talento.
Todos los bautizados recibimos la gracia o el don de la salvación en Jesucristo por parte de Dios; pero también, el mismo Dios en su infinita bondad a través de la acción de Jesucristo y del Espíritu Santo, nos concede dones preciosos para ponerlos al servicio de su pueblo.
Entre las múltiples formas de manifestarse el Espíritu en el corazón de los fieles, en primer lugar, están los “siete dones del Espíritu Santo” que recibimos en nuestro bautismo sacramental, pero también los "dones carismáticos" que hace referencia San Pablo a las comunidad cristianas de Corinto, Roma y Éfeso. Aunque sabemos que el Espíritu Santo es creativo y no podemos limitar su acción a solo a estas listas de carismas, pues el Espíritu de Dios seguirá suscitando infinidad de dones que sean necesarios para la edificación y el servicio a la comunidad cristiana: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común.”( 1 Co 12,7).
Los carismas son comunicados por el Espíritu Santo quien los distribuye como quiere: “Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.”(1 Co 12,11).
Los carismas no son señal de santidad pero si se debería usarlos con amor y en "gracia o amistad con Dios", para mayor eficacia y bien del individuo y de la comunidad: “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.”(1 Co 13,1).
Los dones o carismas hay que pedirlos en oración: “Busquen la caridad, pero aspiren también a los dones espirituales…” (1 Co 14,1). Es la comunidad la que reconoce y alienta para que sean puestos en práctica para bien de todos, pero lo más importante es que sean ejercidos en el amor de Dios: “Aunque tenga el don de profecía, y conozca todos los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy” (1 Co 13, 2)
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